Alejandra lloraba sin amor, la tristeza no le daba una tregua a ella y a sus pequeños párpados. Había llorado por más de trece días seguidos, y no había parado de hacerlo
Sus padres preocupado por tal situación habían tomado acciones para evitar tal acto de desesperación. Le habían comprado una pila de libros de autores que ella leía, pero ella no dejaba de llorar, y no los acepto cuando sus padre se la habían entregado, ni había notado su presencia en el tocador de su cuarto.
También intentaron salir de viaje con ella a ese pueblito de la sierra a la que siempre había querido ir, pero su intento fue en vano, ella simplemente seguía llorando.
Habían llamado a sus amigos más cercanos para que le levantaran el ánimo, pero ni su amistad logro que ella dejara de llorar. Cuando estos le preguntaban que tenía, ella solo seguía llorando, y llorando, y llorando. Ella se negaba a hablar, o la tristeza le impedía hablar.
Al tercer día habían mandado a traer a un doctor para que la revisara. Y como sus padres lo esperaban, el medico había diagnosticado una depresión. Recomendó que le subieran el ánimo con detalles e incentivos, tazas de chocolate en la mañana y en la tarde, actividades al aire libre durante el día y cariño. Sus padres trataban de que ella acatara todas las indicaciones, pero ella se negaba a hacerlas correctamente. No respondía a los incentivos. Al tomar las tazas de chocolate sus lágrimas caían sobre este, y hacían una bebida de alegría y melancolía. Salía al jardín de la casa por obligación, pero aún ahí continuaba llorando. Cariño no le faltaba de parte de sus padres, pero ella lo aceptaba entre pucheros y desolación.
Su madre que era supersticiosa, al quinto día mando a traer a un curandero para que la curara de la tristeza que se le había metido. El curandero la ramio con albarca, le pasó un huevo de gallina y le esparció agua bendita. Pero ella seguía llorando. Incluso la ahumó con el humo que salía de un anafre en el que quemaba distintas hierbas. Pero ella solo tenía las manos sobre sus pequeños ojos y seguía llorando.
Su padre, en un acto de desesperación, al noveno día. Entro a su cuarto desesperado y la sacudió con fuerza mientras la tenía agarrada de los brazos, mientras le exigía que dejara de llorar. Después de un rato de hacerlo, sin ninguna reacción de Alejandra, más que el de seguir llorando, su padre exploto en llanto y le pidió perdón, le dijo que le quería mucho, la abrazo, después le dio un beso en la frente y salió llorando del cuarto.
Su madre había llorado todas las noches antes de dormir, desde el tercer día. Preguntándose por que le había pasado eso a su hija, mientras su padre la consolaba con pequeñas lagrimas escurriendo por sus mejillas.
Alejandra solo tomaba té y las tazas de chocolate recomendadas por el doctor, además solo comía apenas una tercera parte de lo que su madre le daba de comer. Ella se rehusaba a salir del cuarto e ir al comedor, así que su madre le llevaba la comida a su cuarto.
Después de trece días de desoladora tristeza, y de llantos que inundaban su cuarto, sus padres habían perdido la esperanza de que su hija dejara de llorar.
En la mañana del décimo cuarto día, Alejandra continuaba llorando. Entonces si predicación y alegoría su pie derecho empezó a opacarse más y más hasta que solo quedara una pequeña silueta de lo que era, y desapareció. Después fue su pie izquierdo, luego sus rodillas, sus bellas piernas de muchacha joven, su abdomen, sus hermosos pechos, y luego poco a poco sus brazos y sus manos, a la par que lo hacía su rostro. Hasta que desapareció por competo. A pesar de todo, ella seguía llorando, con ese llanto de tristeza que la había acompañado los trece días previos. Incluso unos instantes después de desparecer por completo, su llanto seguía inundando el cuarto, hasta que poco a poco, como lo hace un eco, fue desapareciendo.
Su madre que había presenciado tal acto desde la puerta de la habitación. Con la bandeja de comida en la mano, en la que llevaba un plato de sopa de caracol y una taza de té de hierbabuena, cerró la puerta de la habitación y regreso a la sala con su marido, sabiendo que el sufrimiento de su hija había terminado.